Hotel Vivir

Ahora que llegan los abrazos y lametones incendiarios del estío, no estará de más hablar de viajes, hoteles y un libro. A mí me gusta vivir los hoteles, son esa intemperie donde uno puede palparse por fuera y por dentro sin miedo a desnucarse. Y qué decir si además contienen algo de historia, un halo mítico, una referencia, un encanto indiscreto, qué se yo. Y si le añadimos la compañía… Recuerdo rápidamente el Krasnapolski en Ámsterdam, en donde un día de invierno me hablaron de la estancia de Conrad en sus salones; el Nacional de Moscú en donde intuí, frente al Kremlin, los pasos del ectoplasma de Lenin o aquel pequeño ryokan en el barrio de Gion, en Kioto, donde aprecié el sentido, la corporeidad y las consecuencias de un minucioso ritual. El otro día, sin ir más lejos, alojado en el Hotel Bloom de Bruselas (ya es casualidad que fuera el mismo 16 cuando se celebra el Bloomsday), me decidí a abrír el libro de Fernando Beltrán, titulado Hotel Vivir. ¡Qué buen título!, ¿verdad? Al pasar las páginas, leyéndolo, percibí que estuviera hablando con un amigo de toda la vida mientras compartíamos una copa de vino. No en vano, Leopoldo Sánchez Torre, poeta y profesor, tal vez el mejor intérprete de la obra de Beltrán, ya dejó escrito que la poesía del ovetense y madrileño «es una poesía amiga, una poesía que acompaña; uno se instala en sus poemas como en su propia casa…», como en su propio hotel, me permito añadir con su permiso para esta ocasión.

» los hoteles, son esa intemperie donde uno puede palparse por fuera y por dentro sin miedo a desnucarse

Hotel Vivir está lleno de viajes y homenajes, música y mujeres, niños y estancias, habitaciones y sentires, también la familia y por supuesto, cómo no, esas habitaciones de hoteles que son cada paso que hemos dado y vamos dando en nuestra vida: «Partir era una fiesta», dice un verso de Beltrán en su poema El último autobús, trayéndonos el eco de Hemingway y reflejando con sutil fineza el desgaste a la vez que la celebración del paso del tiempo.

Desde luego no es un libro para quienes buscan un entretenimiento incólume, pero la levedad y la rapidez narrativa con la que están ungidos estos poemas, multiplicará los recuerdos, los sabores y la comprensión del mundo exterior e interior por parte de una banda muy ancha de lectores, incluso de los que sólo leen prosa. De su contenido cabe decir que aun siendo evidente la emoción de la

» Beltrán ha sido albañil antes que amante, paseante antes que geógrafo y jardinero antes que arquitecto

vida, del vivir de la vida, el uso atinado de los recursos técnicos y de una sintaxis sin complejos conforma un sujeto poético que sabe mostrarse desvestido sin llegar siempre a desnudarse. Léase Poema contra el poeta al final de un recital, en donde Beltrán cuenta lo ocurrido al finalizar una lectura de poemas en la que una mujer le dice no estar de acuerdo con el contenido de un poema, a lo que el protagonista le contesta diciéndole que tampoco él, llegando al final del poema a «la insaciable cojera del ciempiés», de la que Fernando Beltrán ya ha dado sobresalientes muestras -y alguna que otra enseñanza- a lo largo de su trayectoria literaria.

Desde un punto de vista muy personal, ya saben, esos párrafos o esos versos con los que más creemos sentirnos hermanados, me siento especialmente unido a Operación estética, Cien años de soledad, Cuarenta minutos con Theo Angelopoulos, Miedo, La orilla izquierda, Madre y, sobre todo, ese Ciudad de paso que les dejo al final de este texto como regalo para este verano y que representa a la perfección la intemperie en su estado más puro.

Podríamos desgranar a conciencia el texto, que es la estancia de todos en el viaje de la vida, pero conviene no contarlo todo y, sólo para no despistar a los compradores, digamos que Fernando Beltrán ha sido albañil antes que amante, paseante antes que geógrafo y jardinero antes que arquitecto. Estoy convencido de que esto es así porque según cerré ese Hotel Vivir, en la habitación clara del Hotel Bloom, cuando mi mujer y yo salíamos para cenar, supe que yo, antes que Ulises, también había sido Telémaco y Penélope.

CIUDAD DE PASO

No ser de ningún sitio aunque ya seas
un animal marcado sin remedio,

la ciudad de la lluvia, la más mía.

Y sin embargo a veces la ilusión
de no ser o ser sólo de un instante
donde la sangre calle y las raíces
se eleven solamente, como un brindis
hacia el incierto soplo del futuro.

Este mismo lugar, cualquier lugar
sin patria, sin familia, sin amigos,
sentado en la terraza
de una noche cualquiera
donde nada te abrigue.

No ser de ningún sitio, aunque ya seas
un animal marcado por tu vida,

y sin embargo

esta ciudad de pronto y las miradas
que te eligen al paso y te bendicen
o te ignoran sin más por ser tan sólo
como uno más, sin más,

cansado de vivir, feliz así

© Fernando BELTRÁN, 2015.

 

 

6 Comentarios Agrega el tuyo

  1. Leo el comentario de Paco, a quien no tengo el gusto de conocer, y advierto que no soy un bicho tan raro. Menos mal.
    Por otra parte, ignoraba, Javier, que coincidíamos en los cien años de soledad. Yo adoro la prosa completa de García Márquez porque toda ella está sembrada de poesía. Un regalo a este respecto: «Tenía un paraguas con tantos agujeros que solo servía para contar estrellas» (cito de memoria lo escrito en El coronel no tiene quien le escriba, creo que el original es aún mejor).
    No sé si te molestan los comentarios (no veo muchos en estos textos que sin duda son dignos de alabar y alabar y comentar; tal vez por eso callan otros más expertos y escribo yo, como suele suceder). Lo que sí sé es que sobra el segundo correo electrónico que me (nos) llega: si alguien no desea leerte o seguirte, lo tiene muy fácil, no te preocupes por eso.

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    1. Javier Lasheras dice:

      Querido José Ángel. Muchas gracias por tus comentarios, siempre bien recibidos. Vamos por partes. No es difícil coincidir en la buena literatura, lo difícil es coincidir en la que nos resulta menos buena. En todo caso, cuando mencioné Cien años de soledad, me referí al título del poema de Fernando Beltrán, que hace un homenaje muy personal a esa obra al tiempo que rebusca en su memoria y en el oficio de escritor y poeta. Y por seguir con García Márquez, yo me quedo con El amor en los tiempos del cólera, pero El coronel… ¡ahí está! De otro lado, no estoy preocupado por que alguien me siga o me lea o me deje de leer; yo escribo, lo publico y me expongo al público: a su silencio y a su opinión. Y por aclarar la recepción de los correos electrónicos, debo decirte que tú estás suscrito a este blog y te llega una notificación en cuanto se publica. Sin embargo, a mi me gusta enviar esa notificación de forma personal para no perder el contacto y, además, quiero que cualquiera que lo desee pueda en cualquier momento decirme que no desea recibir más la notificación de una nueva entrada en el blog, más que nada para no resultar un pesado. No podemos gustar siempre a todo el mundo. Y, finalmente, en cuanto a los hoteles, hay libros y libros escritos sobre los mismos. En mi caso, cada hotel conlleva un viaje, y el viaje una oportunidad para transgredir la costumbre, es decir, algo nuevo. Obviamente, hay viajes y viajes y a veces los hoteles se repiten como un mal cocido y se tornan ásperos, espesos y solitarios. Esto de los hoteles daría, como tú bien sabes, para un buen encuentro literario. En fin, de nuevo mi gratitud por dedicar un poco de tu tiempo a este modesto blog. Un abrazo fuerte.

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      1. Enterado, Javier.
        Seguiré, entonces, metiendo la pata en tu blog de vez en cuando.
        Lo de tu segundo mensaje lo mencioné porque es muy fácil dejar de seguir un blog discretamente (sé que lo sabes de sobra, escribo ahora para otros que pasen por aquí). Abandonarlo casi con piedad. Nada pío, en cambio, el contador de abandonos, en el que yo sí me fijo todavía (se me pasará la manía de novato, no te preocupes). Un contador tan impío como repleto de falsedades, bien lo sé, como tú bien sabes que yo represento a la perfección la figura viva del escritor sin apenas lectores y aún escritor pese a ello (lo de escritor es un decir, más propio lo de escribidor ante autores como los que aparecen en tu blog).

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  2. Paco Vazquez dice:

    Leo tus escritos con asiduidad, no porque sea un gran lector, que no es el caso, ni siquira porque te tenga por amigo (aunque también), sino porque percibo en todos ellos un halo poético que me emociona de forma suti,ligera y agradable que me anima a releerlos.
    No suelo dejar comentarios en ningun blog ó páginas Web, entre otras cosas porque considero que mis opiniones, en realidad, son poco interesantes incluso para mi y de mis habilidades literarias tu mismo las puedes ver. Pero hoy al releer tu relato del «Hotel vivir»no pude resistirme a hacer un comentario.
    A mi los hoteles, sean de la categoría que sean y estén el el pais que estén, e independientemente de su abolengo o de los personajes mas o menos ilustres que los hayan habitado, siempre me producen sensación de soledad, de desarraigo, de provisionalidad forzada que, si bien esas sensaciones se atenúan y mucho con buena compañía, simpre me produce sensación de vacío y despersonalización, como estar en un lugar que no es mi hogar y del que quiero marchar pronto para estar en mi casa aunque sea más humilde.Me gusta viajar, y mucho, pero lo que peor llevo son los hoteles. Es posible que no sepa disfrutarlos y por lo tanto los tolero como un mal necesario.

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    1. Javier Lasheras dice:

      Querido Paco: muchas gracias por tus amables y ciertas palabras. Y gracias, además, por contar cómo ves tú el asunto de los hoteles. Como le he comentado a José Ángel Ordíz, que también tiene una idea similar a la tuya, los hoteles conllevan un viaje (a excepción de ciertos amantes que hacen de un hotel el nido y el nudo de sus encuentros prohibidos). En tanto que viaje por la vida, cada afán tiene su estancia y cada vivir su habitación, aunque sea una habitación solitaria que produzca ese desarraigo al que te refieres. Ocurre que, hablando del libro de Fernando Beltrán, Hotel Vivir, los hoteles y las habitaciones de la vida están llenos de desamparo e intemperie, pero también de ternura y experiencias que sólo encontramos en estos refugios. En cualquier caso, ya veo que haces de la necesidad virtud, como buen viajero que eres. Yo suelo pensar que mi casa, que es el lugar en el que mejor me encuentro y más aún con el paso del tiempo, no es otra cosa en esta vida que un hotel de paso. Será por eso que me gusta tanto. Un fuerte abrazo y gracias de nuevo por tus palabras.

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  3. Gracias por la nueva ilustración y por el regalo, pero eso ya lo darás por supuesto y sería innecesario el comentario si no quisiera añadir lo siguiente: en los hoteles, con fantasmas ilustres o sin ellos, es donde más solo me he sentido (por desgracia, nunca estuve en ellos con una Pilar a mi lado, y eso arruina mucho). Pero sería injusto si no mencionara la excepción del madrileño hotel Mora, muy modesto y sin fantasmas, al menos que yo sepa; ignoro por qué en él no me siento solo (y quede claro que esto es una simple y caprichosa vivencia personal, no una recomendación de ese humilde hotel aunque tan cerca esté del Museo del Prado).

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